Memoria y Democracia

Abierto del 29 de marzo al 14 de abril de 2014

Este foro invita a debatir el texto de Elizabeth Jelin Memoria y democracia. Una relación incierta. La autora, fundadora del Núcleo de Estudios sobre Memoria e investigadora del CONICET en Argentina, examina críticamente las relaciones entre memoria y justicia, memoria y democracia, y preservación y transmisión. A continuación, el comentarista invitado Aldo Marchesi, especialista en historia reciente y profesor de la Universidad de la República-Uruguay, retoma algunos de estos ejes para introducir la discusión. Convocamos a los/as interesados/as a continuar este debate.

[© Foto: Gerardo Dell'Oro]

 

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Valentina Salvi / Núcleo de Estudios sobre Memoria CIS-CONICET/IDES, Argentina

(30 marzo, 2014 a las 3:48 pm)
 

El texto de Elizabeth Jelin me provocó algunas preguntas respecto de la relación que resulta posible establecer entre la consigna “Nunca Más”, democracia/s y nación/es. Si las sociedades nacionales contemporáneas continúan legitimando su existencia a través de las representaciones históricas y de la memoria y conmemoración del pasado, ¿cómo contribuye el deber del memoria del “Nunca Más” en la revitalización de los discursos de y sobre la nación? En esta línea, me pregunto si el valor ético que surge del carácter prospectivo del “Nunca Más” también puede ser utilizado por los Estados-nación para incorporar pasados incompatibles al relato de la memoria nacional. Quizá, se trate de un recurso nuevo frente a la imposibilidad de usar un recurso tradicional, esto es, olvidar y negar la existencia de los crímenes cometidos en nombre de la nación. De allí que me pregunto si con el “Nunca Más” se hace lugar a un elemento de legitimación política que instituye la obligación moral de aprender de las lecciones que se desprenden de ese pasado y, de este modo, también, quizá, vuelve a filtrarse la historia como Magistra vitae (esa que había que imitar y no revisar) tras la figura de la memoria ejemplar reproduciéndose, por último, la idea de que sólo se puede tomar el pasado como ejemplo cuando las sociedades forjan una forma de auto-comprensión colectiva basada en los símbolos compartidos del pasado y en su continuidad con el presente. Y por último, me pregunto si, en este contexto, los sitios históricos o lugares materiales donde se perpetraron los crímenes de Estado han devenido instituciones sui géneris encargadas de elaborar y transmitir (aunque no solamente ellas aunque si especialmente ellas) esa memoria ejemplar que implica aprendizajes colectivos. Muchos elementos parecerían indicar que sí, al punto que a estas instituciones se les adjudica también la compleja tarea – promovida por políticas publicas- de transformar los sentimientos personales, únicos e intransferibles de las víctimas directas en significados colectivos y públicos de la comunidad política de una nación.
Saludos cordiales a todo/as en esta tarde de domingo desde una muy lluviosa Buenos Aires.

Karen Cea Pérez / Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi - Área memoria CECLA-Universidad de Chile

(30 marzo, 2014 a las 7:32 pm)
 

Si bien no es el objetivo central de este texto de Elizabeth Jelin, me pareció interesante el apartado referido al “Sentido educativo y pedagógico de la memoria y la transmisión”, particularmente porque cabe preguntarse si existen y cuáles serían las diferencias y particularidades del trabajo desarrollado por los sitios de memoria, respecto a una pedagogía de la memoria, versus los museos u otro tipo de instituciones que también elaboran trabajos en esa línea.
Saludos para todos y todas

Marina Maria de Lira Rocha / Universidad de San Pablo, Brasil

(31 marzo, 2014 a las 4:30 pm)
 

El texto de Elizabeth Jelin nos trae una importante reflexión sobre las dimensiones de la memoria del Terror de Estado y su relación con el pasado y el presente, a partir de un interrogante sobre su dimensión pedagógica y la real asistencia en la construcción de la democracia. Principalmente, al ponerse en el contexto actual, donde agregan actores que no necesariamente hacen parte del rol de victimas abordadas en esas memorias y no comparten determinadas experiencias para entenderlas en una dimensión “completa”.
Hay, obviamente, una importancia en alocar las memorias en procesos históricos (longos o cortos) y percibir sus discursos adentro de una dimensión política y social.
Lo que me pregunto es el problema de evaluar las políticas de memoria y su “deber de memoria”, así como lo hizo Aldo Marchesi en su comentario. Creo también que la principal cuestión debería ser entender “qué memorias contribuyen para la construcción democrática”.
En ese sentido, el simbolismo de las victimas, tal cual apunta Jelin, tiene una dimensión educativa si pensamos que esas memorias, mismo que monológicas, se apartan de una construcción de memoria nacional no crítica a la violencia de Estado. En ese sentido, creo que la subjetividad e individualidad de los testimonios de victimas y sus memorias deben ser parte, de alguna manera, del imaginario social y de su construcción de cultura política, pues la violencia es un problema de la sociedad, es un problema colectivo, y deberia ser abordada (en memorias institucionalizadas también) a lo largo de la história con sus dimensiones individuales y colectivas.
Saludos a todos/as!

Gustavo Papili / Universidad Nacional del Litoral, Argentina

(31 marzo, 2014 a las 11:30 pm)
 

Mi reflexión parte del siguiente fragmento de la autora: “El pasado es un objeto de disputa, donde actores diversos expresan y silencian, resaltan y ocultan, distintos elementos para la construcción de su propio relato. Lo que encontramos es una lucha por las memorias, lucha social y política en la que se dirimen cuestiones de poder institucional, simbólico y social.”
En esta perspectiva, si comprendemos al Estado nacional como el ámbito institucionalizado de expresión de los procesos sociales, gestados desde –y a través de- una compleja estructura de relaciones políticas nacionales, las políticas en materia de Memoria estarían dando la perspectiva del sector hegemónico –o más literalmente, de quienes detentan el poder- en un momento dado. En Argentina, la política desde el Estado en la materia, no fue la misma según el partido político en la gestión de gobierno, más aún aunque el gobierno haya sido continuidad del partido político anterior. Así, la intencionalidad pedagógica va a estar vinculada a ella. Coincido con la autora que los sentidos nunca están cristalizados en un “espacio o placa”, objeto cuyo sentido –perdón por la redundancia- cae en un campo de representaciones. Por tal motivo, ese objetivo prospectivo o de futuro, se vincula a la construcción del sujeto en el presente (sería el sujeto activo de las políticas de la memoria), de quien se espera no repita el pasado.
La relación entre Memoria-Justicia en nuestro país, considero que ha sido una necesidad para que no queden impunes violaciones a los Derechos Humanos, cuando –en esta lucha por las memorias- se pretendía un “punto final, indulto… en fin impunidad”. Sin embargo, es también necesario ampliar la perspectiva y trabajo en Derechos Humanos, que incluido este doloroso momento de la historia nacional, incorpore los propósitos de justicia y dignidad humana seguidos por quienes vivieron esos momentos. Siguiendo a Pilar Calveiro, señalaría que la memoria “…arranca de otra cosa, arranca de lo vivido, de la experiencia. Y al arrancar de la experiencia, pienso que toma como punto de partida lo que podríamos llamar ´la marca´, la marca que la experiencia vivida graba sobre el cuerpo individual o sobre el cuerpo social (…) pero la memoria es capaz de trascenderla y hacer de ella otra cosa, pasar de la marca a algo que va más allá de ella; asignarle sentidos y hacer de la experiencia, que es única e intransferible, algo que sí se puede transmitir y que sí se puede comunicar”. Si considero que ciudadanía es la pertenencia a la Nación, y que el Estado –expresión institucional y política- es garante de ella, la democracia sería la forma de organización que me permitiría reclamar igualdad de condiciones: los mismos derechos políticos, civiles y sociales -los parámetros de inclusión social-. En este sentido, los cambios desde la perspectiva de los Derechos Humanos, se dan siempre en el orden político y, en un marco democrático, logrando hegemonía política para llevarlos adelante. En nuestro país considero que se ha ido avanzando en una política de la memoria, y llevando adelante una ampliación de ciudadanía, reconociendo el Derecho de Minorías por ejemplo, a lo que paralelamente se implementaron una serie de políticas sociales inclusivas, lo que no significa que sean suficientes…. Sigo pensando…. Gustavo

Silvina Merenson / Centro de Investigaciones Sociales-Instituto de Desarrollo Económico y Social/ CONICET, Argentina

(1 abril, 2014 a las 11:01 am)
 

Desde hace varios años leo los trabajos de Elizabeth Jelin y, en este caso como en otros, encuentro una constante. Lo que se insinúa en ellos es tanto o más inquietante que lo que se afirma. Esto, a mi modo de ver, hace la diferencia entre un texto que abre el abanico de preguntas e invita a establecer conexiones, relaciones, etc. y aquel que las obtura para pertrecharse en una posición.
En este caso, como el espacio es breve, destacaría dos cuestiones que me invitó a pensar “Memoria y democracia…”. La primera creo que podría sintetizarla como los matices que caben al “Nunca Más” desde la perspectiva de la militancia activa en los procesos de violencia política y terrorismo de Estado. Este “Nunca más” que, en algunos casos, parece más asociado al resultado que a las acciones que condujeron el proceso. A la luz del texto, tal vez hay cierta paradoja en este terreno. Siendo muy esquemática: allí donde el nivel de institucionalización del “Nunca Más” fue y es más intenso, mayor es la centralidad en el resultado. En cambio, allí donde los niveles de institucionalización parecen más débiles, los cuestionamientos del proceso parecen más amplios y plurales.
La segunda cuestión que mencionaría tiene que ver con las lecturas fragmentadas de los DDHH y la asociación de estos con las memorias del pasado reciente. Jelin explora este punto desde las transformaciones en las acciones y perspectivas de las víctimas, o desde su instalación en el sentido común. Me pregunto entonces si las transformaciones en la esfera estatal no suman a este escenario. Pienso, puntualmente, en algunos aportes de los Comaroff (2013), para quienes la ciudadanía es un terreno en el que distintas formas de subjetividades fractales, cada vez más irreconciliables entre sí, interpelan a un Estado que se convierte en una empresa de megagestión y al que reclaman un lugar como accionistas de su organización política. Se me ocurre que la tensión que señalan ambos antropólogos entre los procesos de democratización y la muerte de la política, puede alimentar este valioso texto de Jelin en una de sus múltiples líneas de lectura. Saludos y felicitaciones al Núcleo por esta iniciativa que siempre busca la forma de reunirnos para seguir pensando.

Alicia Noemí Salomone / Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad de Chile

(1 abril, 2014 a las 5:13 pm)
 

Me parece interesante la propuesta de Elizabeth Jelin de desnaturalizar la relación entre deber de memoria y democracia, enfatizando en la necesidad de pluralizar e historizar la configuración de las memorias. Por otro lado, también destaco la proposición de Aldo Marchesi, complementaria de la primera, que busca iluminar la multiplicidad de significados que contiene, en el Cono Sur, la categoría de democracia; proposición que, asimismo, apunta a determinar cómo cada sistema político, y con diferencias según los países, puso en acto modos distintos de concebir y promover los procesos de rememoración social del pasado. De este modo, siguiendo a Marchesi, sería posible identificar “qué memorias ayudan a construir qué democracias”, lo que permitiría articular de mejor modo la construcción de memorias con otros procesos, sean estos políticos, sociales y/o culturales, observando las diferencias que surgen de las distintas experiencias históricas.

Matias Cerezo / Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, Argentina

(2 abril, 2014 a las 8:24 pm)
 

Como bien sostiene Silvia el texto de Jelin abre numerosas preguntas que constituyen una potencial agenda de investigación.
Es interesante la pregunta sobre la relación entre memoria y futuro democrático.
Jelin señala que nadie puede dudar de la consolidación democrática en España, creo que el ejemplo español puede echar luz sobre algunas cuestiones que plantea el artículo.
En España poco se hizo en cuanto a políticas activas de memoria luego del franquismo, salvo algunas excepciones de organizaciones ciudadanas. Cabe entonces la pregunta de Aldo Marchessi ¿Qué memorias ayudan a construir qué democracias? Pensando en el caso español preguntaría por el sedimento ético de la democracia, por el nivel de conciencia política de la ciudadanía. ¿Es posible vincular calidad de vida y bienestar de la población con el reconocimiento público de los desastres de las dictaduras?
Cómo bien dice Elizabeth Lira no hay consenso explícito en el “bien”para el presente y el futuro que trae consigo repasar el pasado.
La comparación de los casos Chileno y español con el argentino pueden ayudarnos a sacar algunas conclusiones sobre la correlación entre tipo de democracia y modos de la memoria.

Ruben Chababo, Museo de la Memoria de Rosario / Universidad Nacional de Rosario, Argentina

(4 abril, 2014 a las 5:15 pm)
 

He leído con atención el texto de E. Jelín y creo que da de lleno en muchos de los interrogantes que nos atraviesan a quienes trabajamos en el “campo” de la memoralización. Creo que algunos de los comentarios subidos al blog ya expresan muchas de las ideas con las que yo acuerdo. Me gustaría detenerme en un punto del texto que considero nodal. No es que los otros no lo sean, sino que éste es, a mi juicio, uno de esos “puntos” en tornos a los cuales creería que se despliega un importante abanico de interrogantes a responder y discutir.
Jelin dice, haciendo referencia al mandato del Nunca Más : “Qué era lo que había que recordar para no repetir? La violencia o las condiciones que le dieron origen?”. Modestamente, creería que allí, en esa dificultad para enunciar sin ambages las condiciones que hicieron posible la emergencia de la violencia en el llamado “pasado reciente” es donde radica el “fracaso” o la debilidad de nuestros esfuerzos a la hora de transmitir eso que llamamos legado en toda su dimensión inquietante. Porque las condiciones que hicieron posible que la violencia emergiera, siguen siendo un tema de difícil enunciación.
El tema de las condiciones que hicieron posible la emergencia de la violencia puede, para aquietar conciencias, responderse con un decálogo de lugares comunes que ya no dicen ni explican demasiado. En cambio, el desafío de pensar esas condiciones de manera descarnada, sin eufemismos, inscribe entre otras, la pregunta sobre la responsabilidad en relación a la posibilidad de esa violencia. Condiciones para esa violencia que, a la luz de los documentos, demuestran que el crimen, que su posibilidad, – eso que no queremos que se repita,- fue posible gracias al estímulo de muchos, o en todo caso, una poderosa y alucinada construcción colectiva de la que participaron activamente los liderazgos políticos partidarios, las agrupaciones armadas – a través de discursos y acciones que en muchos casos despreciaron valores elementales que hacen al sostenimiento de la vida en común , las decisiones tomadas por el propio gobierno constitucional previo a 1976 en nada ajeno a su responsabilidad respecto al exterminio (como lo pone en evidencia, entre otros, el texto de M.Franco), son algunos de los múltiples factores no enunciados con demasiada claridad y contundencia a la hora de reconstruir las genealogías de esa violencia autoritaria que “desembocó” en la dictadura. Una reflexión aguda sobre la responsabilidad de todos esos actores de la sociedad civil está ausente bajo la forma de un silencio estridente en los relatos sobre los que se construye la historia de los que nos pasó, en tantos textos educativos, en tantos programas televisivos, en tantos recorridos por nuestros sitios de memoria.
La extorsiva amenaza de la “Teoría de los dos demonios” ha enmudecido la enunciación de un saber clave para la comprensión del verdadero espesor de ese pasado. El Nunca Más que hasta hoy hemos enunciado no ha penetrado con la necesaria agudeza esa dimensión y es, no cabe duda, una asignatura pendiente.

Elizabeth Jelin / Centro de Investigaciones Sociales-Instituto de Desarrollo Económico y Social/ CONICET, Argentina

(5 abril, 2014 a las 8:23 am)
 

Las reflexiones volcadas en el foro (hasta ahora, y espero que lo sigamos en los próximos días) son múltiples, muy sugerentes, abriendo nuevas vetas para pensar y preguntarse sobre la relación entre el “deber de memoria” y la construcción democrática. En esa línea de reflexiones, me gustaría traer algunos resultados de investigaciones comparativas recientes referidos al plano institucional.
A partir de los años ochenta, hay quienes, en distintos lugares del mundo, han propuesto amnistías y procesos de consenso y reconciliación, argumentando que llevar adelante juicios significa mantener o aun profundizar los conflictos políticos y la violencia, impidiendo que las heridas cicatricen. Sobre esto, vale la pena mencionar los trabajos de Kathryn Sikkink sobre la “cascada de justicia”, de los que se pueden sacar varias inferencias: primero, que hay una “cascada”, o sea, cada vez más, se implementan en el mundo juicios por crímenes del pasado reciente, en un crecimiento exponencial. O sea, se expande la utilización del aparato de justicia para encarar estos crímenes. Segundo, que es falso pensar en que existe una opción entre alternativas excluyentes: juicios por un lado, comisiones y otras medidas de atención a víctimas por otro. En otras palabras, no hay una oposición entre “justicia” y “verdad” sino que encarar un tipo de acción provoca llevar adelante otras. Tercero, y esto es lo que importa para este foro, que no hay evidencia alguna que indique que los juicios por violaciones a los derechos humanos constituyen una amenaza a la estabilidad democrática. Por supuesto, no hay tantos casos ni tanto tiempo transcurrido como para medir efectos en plazos más largos. Hablando mal y pronto, parecería que estamos en condiciones de decir que las medidas institucionales de tratamiento del pasado no le hacen mal al sistema político. Queda abierta la cuestión, sin embargo, de saber a qué aspectos institucionales les hacen bien.

Elizabeth Jelin / Centro de Investigaciones Sociales-Instituto de Desarrollo Económico y Social/ CONICET, Argentina

(5 abril, 2014 a las 4:40 pm)
 

Agrego un comentario sobre el sentido de construir monumentos y memoriales. Está claro que tienen un sentido de homenaje a las víctimas. La pregunta, no tratada en el texto que puse como estímulo para el debate, es sobre su sentido pedagógico. En una entrevista publicada en la revista ñ la semana pasada, Julian Bonder (arquitecto, autor del memorial de la esclavitud en Nantes) habla de crear “memoriales que trabajan”. El desafío está en que esos lugares puedan “crear las condiciones para que la memoria sea encontrada adentro”, pensando en la memoria como acción, como verbo. No pensar en el visitante como espectador pasivo de una historia del pasado, sino en un memorial que reclame “que nuestro presente sea diferente, y eso exige una acción política..:” . Inspirado en Levinas, sostiene que lo que cuenta es “estar cara a cara frente al otro”, acercarse a ese otro para generar espacios de conversación. En suma, “el rostro del otro y la democracia van juntos”.

Emmanuel Kahan / Universidad Nacional de La Plata/ Núcleo de Estudios Judíos-IDES, Argentina

(8 abril, 2014 a las 5:49 pm)
 

Tanto el texto de Jelin como el comentario de Marchesi me parecen alentadores. Porque de algún modo permiten reflexionar sobre a prioris que el campo de estudios de la memoria también ha sostenido.
Las preguntas en torno a los juicios a represores y los derechos humanos es provocadora y pertinente. Provocadora porque la desnaturalización del vínculo entre memoria y derechos humanos pone en suspenso una narrativa extendida que en el reconocimiento de unas “víctimas” hace sombra sobre el reclamo acuciante de otras.
En este sentido, me sumo a lo que nos propone Valentina (Salvi) acerca del trató dado al pasado por los Estados nacionales como modo de petrificar, a través del reconocimiento de los crímenes sucedidos, una narrativa que permita poner en el pasado todo lo malo que puede habernos sucedido. De algún modo, volviendo a pasar por Traverso, permitirnos pensar en si algunas perspectivas de memoria no se han erigido en religiones civiles (y progresistas) que no permiten poner en cuestión nuestros problemas contemporáneos. Tener en consideración esto permitiría preguntar(nos), a partir de las intervenciones en el foro, qué significaría o cómo se mide “el sedimento ético de la democracia” o “conciencia política de la ciudadanía”.
En este sentido, la pregunta de Jelin acerca de si una política activa de memoria es condición necesaria para la construcción democrática, me parece estimulante. En el mismo sentido, la propuesta de Marchesi de pensar la diversidad de definiciones con las que ha sido programáticamente propuesta la salida democrática habilita a profundizar y contextualizar el interrogante propuesto anteriormente.

Claudia Feld / CIS-IDES/ CONICET-Argentina

(10 abril, 2014 a las 10:52 am)
 

Me parecen muy interesantes los diversos ejes de discusión abiertos a través de los comentarios vertidos en el Foro. Retomo dos de ellos, con preguntas más generales.
Primero, la relación entre memoria y presente. Coincido con Emmanuel: la reivindicación y el apoyo al reclamo de unas víctimas, puede enmascarar u ocultar el reclamo acuciante de otras, cuyo sufrimiento no suele reconocerse en el marco de las “violaciones a los derechos humanos” ni en las que reclaman “memoria”. ¿Qué procesos sociales son necesarios para que determinadas categorías de víctima puedan hacer oír su reclamo hacia los/as otros/as? ¿Qué víctimas conviene reconocer a cada proyecto democrático? ¿Cómo reconocer y vincular con el pasado a las víctimas del presente? ¿O es que acaso la categoría de víctima nos impide pensar en procesos memoriales y políticos de más largo alcance?
Segundo –retomo en parte lo que plantea Rubén–, las dificultades para transmitir un legado democrático. Los alcances que debería tener el “nunca más”, en función de entender y recordar las condiciones que hicieron posible los abusos y violencias del pasado. ¿Por qué no se recuerdan esas condiciones? ¿Qué hace que sea mucho más “asimilable” para las transiciones democráticas recordar las rupturas del orden constitucional que los procesos históricos más largos?
Me pregunto también qué opinan los/as colegas foristas de Colombia, Guatemala, México, Perú que me parece pueden hablarnos de experiencias y de interrogantes diferentes a los planteados por las intervenciones que hicimos hasta ahora.

Veronica Perera / Universidad Nacional de Avellaneda, Argentina

(12 abril, 2014 a las 2:29 pm)
 

Me interesa mucho de lo dicho aquí, pero voy a concentrarme en dos cuestiones. Por supuesto que nadie duda de la importancia juzgar crímenes de lesa humanidad. Pero me parece importante la invitación de Jelin a analizar los efectos de la “(sobre)-judicialización de los conflictos políticos”. Porque ésta (sobre) judicialización puede debilitar a los movimientos sociales. El último 24 de marzo en Buenos Aires, con una Plaza de Mayo, aunque polarizada muy poblada, me hizo pensar en todo lo contrario. No solo la versión más ‘tradicional’ de los movimientos de derechos humanos sino también movimientos por la diversidad sexual; por el derecho a la ciudad; por la educación pública, etc, me mostraron que se apropian y actualizan el paradigma de derechos humanos para darle forma y contenido a luchas y reclamos de justicia—–dentro de alguna memoria del terrorismo de estado (estaban en Plaza de Mayo el 24 de marzo) pero con relativa autonomía también, de estas memorias y de los tribunales.
También quiero retomar la preocupación de Marcheci sobre qué memorias ayudan a construir qué democracias; y la pregunta de Feld, que creo similar ¿Cómo reconocer y vincular con el pasado a las víctimas del presente? Las recientes “violencias vandálicas” (para no usar la expresión mediática de “linchamientos” a delincuentes pobres por parte de vecinos generalmente de clase media) y la resultante “reforma (?) de seguridad” en la provincia de Buenos Aires me vuelven muy pesimista de la capacidad ejemplificadora (en sentido de Todorov) de las memorias del terrorismo de estado. ¿Cómo construir memorias de la represión y de la violencia estatal que más allá de dictaduras específicas, puedan problematizar la construcción de ‘otros’ sociales dentro de una vida democrática y ROBUSTAMENTE democrática? ¿Cómo superar la idea de “otro” como blanco a ser aniquilado; como ser a hacer morir; o como vida a ser abandonada? Y ¿cómo pensar semejante tarea no sólo para la institucionalidad democrática, sino también para gestar modos culturales de relación entre grupos sociales algo más democráticos?

Loreto López González / Universidad de Chile

(13 abril, 2014 a las 2:10 pm)
 

El texto de E. Jelin invita a reflexionar sobre los usos de la memoria, aspecto de los procesos de construcción de memorias colectivas que no es mencionado explícitamente como tal por la autora, pero que al menos para mi es claro que se allí se enmarca. Qué hacer con lo que hemos entendido serían las llamadas “memorias de las violaciones a los derechos humanos”?, restringidas a las experiencias de las víctimas, al menos en el caso chileno. Son esas memorias las que se han asentado en ex recintos de detención, memoriales a detenidos desaparecidos y ejecutados, Museo de la memoria y los derecho humanos, entre otros lugares. Son esas memorias las que se han oficializado a partir de los sucesivos informes de verdad y actos públicos en las que se erigen como centrales (introduciendo una rejerarquización).
Desde mi experiencia de investigación y trabajando además en la gestión de un sitio de memoria (Villa Grimaldi), diría que un primer uso al que han aspirado sus emprendedores ha sido comprenderlas ya no como memorias sino como “historia” cada vez que los recuerdos se expanden más allá de los testigos. La relación que he visto que se ha dado entre los emprendedores de un sitio, mayormente víctimas asociadas al mismo, y personas que ya no pertenecen al círculos de las víctimas o de los testigos, es la de referir una historia (autorizada). Y esto no es extraño, puesto que el canon social respecto de la relación con este tipo de lugares que aspiran a ser patrimonio (al menos así se ha manifestado en el caso chileno), es esa. Muchos estudios sobre lugares de memoria, como por ejemplo ex recintos de detención (y en eso hago mi propia autocrítica), pasan por alto las formas ya estructuradas con las cuales las personas -tanto gestores como visitantes- se relacionan con estos espacios, o artefactos de la memoria, que por el efecto de esos usos ya habitualizados diríamos, son comprendidos como fuentes de la historia, huellas, pruebas irrefutables de un pasado que se aspira el resto de la sociedad “conozca”, asumiendo una actitud de “enseñanza” de la memoria.
Sin embargo, no puedo desconocer que el problema central del texto de E. Jelin, es también un problema que preocupa tanto a investigadores como gestores, e imagino que en alguna medida a políticos y planificadores del Estado. ¿Cómo hacer de una memoria y sus artefactos (si se piensa específicamente en sus vehículos o mediaciones) una forma de reflexión y aprendizaje para el presente y el futuro?. Creo que el problema supone algo que no aparece en el texto (aunque luego E. Jelin lo recoge en su último comentario), que para mi sería central, cual es entender primero la cualidad del fenómeno de la memoria como una práctica social, una acción situada y particular, donde sujetos trabajan con el pasado, y donde, por ejemplo, visitantes de un sitio de memoria, tendrían capacidad de acción y no sólo de “recepción” sobre lo propuesto por gestores o emprendedores. Entiendo que establecer qué aprendizajes (ejemplares) se quieren promover a partir de una determinada memoria es un asunto álgido también (no me detendré en eso aquí ahora, las opciones se abren a las mencionadas por la autora, y se problematiza por lo expuesto por A. Marchesi, “qué memoria para qué democracia”), pero una vez dirimido aquello, ¿cómo es posible provocar procesos de memoria que logren conectar con eso?, para no caer en el “adoctrinamiento” de la memoria. Conozco el programa Jóvenes por la memoria, y es una de las experiencias que han buscado equidad entre la memoria con la que proponen relación y los sujetos a los que esto es propuesto, los jóvenes son vistos ahí como un actor capaz de reflexionar y aprender, y donde las reflexiones pueden ser plurales e inesperadas.
De lo anterior derivo que es fundamental comprender la memoria como un proceso reflexivo (no me refiero a una reflexividad tipo racionalidad científica) sino a la posibilidad de hacerse preguntas, de buscar vínculos entre experiencias más lejanas y otras más locales, o en la propia biografía, que permitan apropiarse de lo que unas determinadas memorias o sus usos, proponen para el presente y el futuro. Por eso el vínculo con problemas actuales y más diversos es uno de los aspectos más difíciles a lograr (claro, pone en segundo plano la literalidad), que va de la mano de la capacidad activa de la memoria. Quizás bajo marcos institucionales como puede ser un sitio de memoria, se deba experimentar más con formas más coloquiales y cotidianas de trabajar con el pasado, donde sea posible efectuar asociaciones libres, interrogaciones, desvíos, evocaciones, etc. No sé, ahora me he quedado pensando mucho en eso… ha sido estimulante
Saludos a todas y todos

Anahí Troncoso Araya / Universidad de Chile, Chile

(13 abril, 2014 a las 10:07 pm)
 

Hola a todos y a todas:
Tal como han destacado en los comentarios, el texto resulta sugerente en diversas temáticas. Quizás se deba a que abre múltiples puertas para cuestionar diversas relaciones que podrían considerarse obvias pero que claramente no lo son tanto. De esta forma, se nos propone un nuevo “desafío”, que sería el de re-mirar y desmantelar aquellas estables relaciones.
Ahora bien, como las temáticas son amplias y las preguntas múltiples, creo que me limitaré a un ámbito que me pareció significativo y que ya algo han mencionado, fundamentalmente porque es mi área de interés y especialización.
En relación al apartado “Sentido educativo y pedagógico de la memoria y la transmisión…” me parece significativa la transformación de una “transmisión de información” hacia una construcción de sentido y de resignificación activa del pasado, hecha por los jóvenes. Ante esto, me gustaría pensar en la vinculación que esto tiene con la literatura, que se ha transformado en más que un testimonio, para desarrollarse como una obra creativa en la que se trasciende a la necesidad de informar, para instalarse en la interpelación y el diálogo.
Pienso esto fundamentalmente porque acá en Chile, las temáticas de violencia, desaparición forzosa o terrorismo de Estado han sido vedadas o de difícil acceso para la infancia y la juventud. Actualmente contamos con ciertas obras literarias que han hecho el esfuerzo de vincularse con los más jóvenes, pero son intentos algo aislados (como el caso de la colección Hablemos de… en la que Villa Grimaldi participa activamente) y, además, el ímpetu que predomina es, precisamente, el de “informar sobre lo que pasó” para luego situarse en un “Nunca más”.
Creo que es significativo el desarrollo de la literatura para jóvenes, niños y niñas en relación a este tema, ya que precisamente se abre la posibilidad de establecer un diálogo entre autor/a y lector/a en la que se resignifique la historia. Por tanto, y desde mi perspectiva, creo que la literatura es un espacio provechoso para repensar en la memoria y en los propósitos de esta, permitiendo tal como lo señala el programa Jóvenes por la Memoria: “la apropiación de las experiencias pasadas”.
Me cuestiono, sin embargo, en cuán dispuesta está la sociedad chilena a abrir los espacios de memoria para nuestra juventud y niñez, permitiéndoles a ellos/as ser protagonistas. Creo que es algo interesante de discutir, especialmente porque veo que en este ámbito hay harto trabajo avanzado en Argentina y mucho que avanzar en Chile.
Saludos!

Oriellys Simanca Castillo / Museo Nacional de la Memoria/ Centro Nacional de Memoria Histórica, Colombia

(14 abril, 2014 a las 9:04 pm)
 

Me sumo a la invitación planteada por Claudia Feld acerca de reflexionar sobre los diversos interrogantes planteados por el texto de Jelin y demás foristas, a la luz de otras experiencias. En este caso me referiré a algunas inquietudes que se despertaron en mí en relación con la experiencia en Colombia.
Las posibilidades de relación existente entre memoria y democracia, plantean para este caso interrogantes que adquieren algunos matices particulares. Por su puesto, no se trata de poner en duda si, como en este caso, es posible hacer memoria en medio del conflicto, sino en comprender qué posibilidades y limitaciones resultan al hacer memoria en este contexto. ¿Es posible pensar que los procesos de reconstrucción de memoria aporten a la superación del conflicto? ¿Qué memorias deben hacerse visibles en este contexto? ¿Qué sentido adquieren?
Una mirada retrospectiva del asunto nos sugiere no solo que es posible sino también deseable y las víctimas han enseñado como hacerlo. Sin embargo, la coyuntura actual plantea el reto de informar, denunciar y hacer público y visible las condiciones de violencia y vulneración de los derechos humanos en el país, pero más allá de eso, plantea cómo posicionar en las agendas políticas y desencadenar el debate público frente a los hechos sucedidos. Así, los reclamos por el Nunca Más están ligados a las necesidades apremiantes e inmediatas del Basta Yá, para este caso.
En este contexto las posibilidades de las prácticas de las pedagogías de la memoria para trascender en la reconfiguración de la democracia y en generar reflexiones ético – sociales frente a las violencias que desencadenaron la situación actual del país, estarán dadas en función de la resignificación de “la violencia” de cara al pasado-presente-futuro .
Quisiera compartir un último comentario inclinado hacia la relación planteada por Jelin acerca de que es lo que no hay que repetir: si la violencia o las condiciones que le dieron origen. Nada más oportuno para este caso que despertar este tipo de reflexión. Si la apuesta social y política se inclina hacia la primera, unas serian las reivindicaciones sociales, las victimas reconocidas y los actores con los cuales desencadenar un proceso de negociación hacia la paz. Sin embargo, si se pusiera el dedo en la llaga sobre las condiciones que le dieron origen, el debate se orientaría hacia la misma noción de conflicto del que se está hablando.
Es por esto que como lo plantea Jelin, la relación entre memoria y democracia, no se produce linealmente. Es incierta en tanto nos enfrentamos a distintas particularidades de la democracias en contextos sociales y políticos diversos.

Pilar Calveiro / Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM)

(14 abril, 2014 a las 10:02 pm)
 

Un par de reflexiones, ya de último momento, después de agradecer el texto de Shevi y todos los comentarios que lo acompañan.
1. Me parece clarísimo que los derechos humanos exceden en mucho a las violencias cometidas por el terrorismo de Estado. Es necesario pensarlos con mayor amplitud y desde el presente ¿Cuál es la víctima que requiere mayor atención? La actual, aquella que está siendo abusada hoy mismo. Y en especial la víctima ancestral que ha sido abusada ininterrumpidamente, como ocurre con los pueblos originarios.
2. No creo que la defensa de unas víctimas opaque a las otras. Más bien ocurre lo contrario. Cuanta mayor impunidad existe, más fácil es que esta se propague en más y más direcciones y contra más actores sociales.
3. No creo que deba plantearse una escisión entre las memorias de la violencia y las de las condiciones que les dieron origen. Unas y otras son imprescindibles. En ambas hemos avanzado y en ambas falta camino por recorrer. Tampoco pienso que Chile o España se hayan centrado en las condiciones institucionales y hayan alcanzado por lo tanto construcciones democráticas y ciudadanías más sólidas. Por el contrario, en Chile el “pacto” ha permitido juzgar a los mapuche bajo la legislación antiterrorista, nada menos, y en España se trata a los migrantes “ilegales” como seres absolutamente carentes de derecho. Parece no haber mucho aprendizaje de las prácticas democráticas ni mucho menos de los límites institucionales.
4. Coincido en que es muy necesario abordar, desde la memoria, las condiciones que dieron origen al autoritarismo en nuestras sociedades (desde muy atrás) y que siguen alimentando sus muchas manifestaciones en el momento presente.
5. Concuerdo en que no se debe judicializar la política pero la ruptura de la impunidad con respecto a los crímenes de Estado me parece imprescindible para la construcción democrática, en un sentido fuerte de democracia (con la aclaración que ya hicieron otros respecto a que es necesario precisar de qué hablamos cuando nos referimos a la democracia.

Noa Navi Romero / Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, Colombia

(15 abril, 2014 a las 2:10 am)
 

Frente a la relación planteada memoria y democracia, resulta de suma importancia el fortalecimiento del sistema de justicia y el compromiso y garantías de no repetición, lo cual conlleva a revisar las inequidades estructurales que dieron origen a las situaciones de violación a los derechos humanos
La pregunta que me surge es como construir memoria, en medio de un conflicto degradado y presente, una débil democracia como en el caso colombiano, donde pareciera existen dos historias por contar, la de las víctimas y otra la institucional. El miedo complejiza la construcción de procesos de verdad y memoria por parte de las víctimas y devela la fragilidad del sistema de justicia. Frente al lugar pedagógico de la memoria, es importante revisar como los medios de comunicación proyectan ciertos modelos, que inciden en las percepciones e imaginarios que la sociedad construye alrededor de las víctimas y victimarios, esto en relación a como desde medios como la televisión se cuenta la historia de violencia que ha aquejado a todo un país, donde los victimarios terminan siendo posicionados como héroes o mártires.

Elizabeth Jelin / Centro de Investigaciones Sociales-Instituto de Desarrollo Económico y Social/ CONICET, Argentina

(15 abril, 2014 a las 5:49 pm)
 

Hola,
se acerca el final de este foro, y quiero compartir mi lectura de los comentarios. En primer lugar, está claro que todxs pensamos y escribimos desde una doble inserción –la de académicxs e intelectuales con herramientas analíticas que nos permiten proponer interpretaciones y explicaciones; también la de ciudadanxs comprometidxs con la construcción de un futuro sin violencias y con un reconocimiento de “lxs otrxs diferentes” como portadorxs de derechos, un futuro democrático.
Las ideas y preocupaciones expresadas son múltiples y diversas. Cada unx desde diferentes experiencias, con tonos más de pregunta o más normativos. Creo que lo importante es mantener el diálogo abierto, retomando y repensando ideas, pero también confrontándolas con las diversas realidades de manera rigurosa.
Más allá de las preguntas que el texto y el comentario de Aldo proponían, hay nuevos interrogantes para seguir pensando y trabajando: ¿cómo se incorporan los relatos de pasados “incompatibles” con el discurso dominante de la nación en un nuevo relato más matizado, que reconoce conflictos y violencias pasadas? ¿Cómo superar memorias “petrificadas”?
¿Cómo repensar la noción de responsabilidad a partir de incorporar y recordar experiencias de violencias de varios actores en el pasado –sin eufemismos y sin silencios?
¿Dónde radica el “Nunca más”? Se trata, como fue señalado por varixs, de concebirlo como proceso, donde se torna central la relación entre el “Nunca más” y el “Basta ya” de violencias y víctimas del presente.
¿Qué es transmitir? ¿Qué se transmite? ¿Por qué vías? Creo que hay mucho por seguir preguntando sobre la dimensión pedagógica de las memorias.
Gracias! y espero que podamos seguir conversando en los diversos foros y espacios que nos convocan.

Núcleo de Estudios sobre Memoria IDES / Claudia Feld - Valentina Salvi/ Moderadoras

(22 abril, 2014 a las 11:49 am)
 

El texto de Elizabeth Jelin, “Memoria y Democracia. Una relación incierta” y el comentario de Aldo Marchesi suscitaron una serie de intervenciones en el Foro, que tocaron varios ejes y abrieron nuevas preguntas. En general, entre los/as foristas hubo un acuerdo en la necesidad de desnaturalizar la relación entre deber de memoria y democracia, enfatizando en la necesidad de pluralizar e historizar la configuración de memorias.
Uno de los ejes del debate fue qué tipo de memoria podía “servir” a la democracia y generar un verdadero “Nunca más” con respecto a los crímenes y la violencia del pasado. En ese sentido, algunos comentarios subrayaron la necesidad de vincular las experiencias del pasado con las del presente y también se discutió el rol que debía tener el Estado en tanto productor activo de políticas de memoria. En el primer tema, hubo diferente posturas, desde las que temen que el énfasis en las víctimas del pasado opaque o elida la visibilización de las injusticias del presente, hasta las que plantean la postura contraria: que la defensa de las víctimas del pasado puede servir precisamente para defender a las del presente y denunciar los actuales abusos.
En cuanto a las políticas de Estado, también se enunciaron posturas diversas, algunas con énfasis en las acciones del Estado nacional entendido “como el ámbito institucionalizado de expresión de los procesos sociales” y en las que se valoriza la agencia estatal como garante de procesos memoriales, y otras posturas que –aunque otorgándole importancia a las memorias institucionalizadas- ponen el acento en la conciencia política de la ciudadanía y postulan la necesidad de una participación ciudadana para lograr un “sedimento ético de la democracia”.
Otro de los ejes debatido fue la relación entre las memorias y la narrativa de la Nación. Algunos comentarios alertan sobre la “memoria” construida desde los Estados nacionales “como un modo de petrificar, a través del reconocimiento de los crímenes sucedidos, una narrativa que permita poner en el pasado todo lo malo que puede habernos sucedido”. Son ideas que van de la mano con otras participaciones que se interrogan sobre las maneras en que podría contribuir el “deber de memoria del ‘Nunca Más’ en la revitalización de los discursos de y sobre la nación” y sobre las posibilidades de que “el valor ético que surge del carácter prospectivo del ‘Nunca Más’ también pueda ser utilizado por los Estados-Nación para incorporar pasados incompatibles al relato de la memoria nacional”.
Otro eje presente en los intercambios tuvo que ver con la dimensión pedagógica de la memoria, tema éste tratado ampliamente por el texto de Elizabeth Jelin. Una de las preguntas surgidas al respecto en el Foro se plantea “¿Cómo hacer de una memoria y sus artefactos (si se piensa específicamente en sus vehículos o mediaciones) una forma de reflexión y aprendizaje para el presente y el futuro?”. En este aspecto, hubo dos líneas de debate: la que reflexiona sobre los “artefactos” (museos, memoriales, material educativo, medios de comunicación, literatura, etc.) y la que se cuestiona sobre los contenidos. Esto es, qué pasados transmitir, qué contenidos deben tener estos procesos pedagógicos. En este último aspecto hubo varios comentarios destinados a discutir si habría que recordar solamente las violencias/ violaciones del pasado o si también era útil reconocer las condiciones que dieron origen a esas violencias, en pos de “generar reflexiones ético-sociales frente a las violencias que desencadenaron la situación actual del país”. Algunas posturas plantearon estas dos necesidades diferentes (y cuya diferencia debía ser tenida en cuenta): recordar las condiciones, dado que la violencia ya es suficientemente recordada; y otras plantearon ambas posibilidades como dos caras en un mismo proceso, ambas necesarias e interrelacionadas.
Finalmente, varios comentarios se preguntan por la importancia de la judicialización de los procesos de memoria. Evidentemente, este es el punto en el que el debate se ha ligado más a las experiencias de los distintos países. Si en Argentina, con muchos juicios en marcha y varios responsables ya condenados, algunos comentarios insisten en la necesidad de analizar los efectos de la “(sobre)-judicialización de los conflictos políticos”, y otros matizan esta idea alegando que el quiebre de la impunidad resulta imprescindible para la construcción democrática “en un sentido fuerte de democracia”, otros comentarios provenientes de Colombia enfatizan en la importancia del fortalecimiento del sistema de justicia y en “el compromiso y garantías de no repetición”, preguntándose cómo “construir memoria en medio de un conflicto degradado y presente, una débil democracia como en el caso colombiano, donde pareciera que existen dos historias por contar, la de las víctimas y la institucional”.
En este caso -concluye una de las foristas colombianas- “los reclamos por el Nunca Más están ligados a las necesidades apremiantes e inmediatas del Basta Ya”.

Por último, en nombre del Núcleo de Estudios sobre Memoria y de la RIEMS, queremos darles a todos/as las gracias por haber leído los textos propuestos y dejar sus comentarios en el Foro. Aprovechamos para invitarlos/as al próximo foro titulado “¿Qué es legítimo hacer en los sitios de memoria?” que tendrá lugar en el mes de junio. En ese marco, seguramente, retomaremos el debate sobre algunas de estas ideas.

Claudia Feld y Valentina Salvi (Coordinaras académicas de los Foros sobre Memoria Social e Historia Reciente)