Memorias y resistencias. Experiencias comunitarias e indígenas en el México actual

Fecha de apertura: 10 de noviembre al 15 de diciembre de 2014

 

Este Foro planteará un debate a partir del texto “Algunos usos de la memoria en el rebasamiento del miedo”, de Pilar Calveiro (Universidad Autónoma de la Ciudad de México)

Comentaristas:  Claudia Briones (IIDyPCa /CONICET-UNRN, Bariloche) y Claudia Feld (CIS-CONICET / IDES, Buenos Aires). La moderación del foro estará a cargo de Laura Mombello (CIS-IDES/ Unipe, Buenos Aires).

Les recordamos que para dejar comentarios en el foro debe haber completado  previamente todos los pasos de la inscripción. En caso contrario, el sistema no podrá publicarlos automáticamente. Por cualquier duda, escribir a nucleomemoria@yahoo.com.ar

[Foto: Pedro Valtierra. Las mujeres de Yalchiptic, Municipio de Altamirano, Estado de Chiapas, México, 2 de enero de 1998]

 

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Laura Mombello / CIS-IDES/ Unipe-Argentina

(10 noviembre, 2014 a las 9:24 pm)
 

Hola a todo/as, bienvenidos/as a este Foro que nos propone reflexionar sobre los problemas de las memorias de los otros, de sus usos y sus efectos, y de las articulaciones que puede haber (o no) entre estas ¿particularidades? y nuestros propios usos y efectos de memoria.

Tanto el artículo principal como los comentarios plantean, sobre todo, interrogantes e interpelaciones. Entonces, más que agregar preguntas, sería interesante explorar las vetas ya abiertas por los textos puestos en circulación.

A modo de animar el intercambio retomo la propuesta quizás central de este Foro, pensar la memoria como manera de conjurar el miedo y organizar la resistencia. Allí parece no haber grandes distancias entre las dinámicas y usos de las memorias que hacen los diferentes grupos subalternos, entre ellos los pueblos originarios. Sin embargo, donde aparentemente podrían aparecer especificidades es, precisamente, en los modos de vincular las estrategias de superación de conflictos y las formas de procesar/proyectar las memorias. O dicho de otro modo, los pueblos originarios ¿aportan realmente un “trabajo de la memoria” singular (¿superador?) que permite desagregar la capacidad hermenéutica del “cómo le vamos a hacer”?

Los/as invito a participar en el debate.

Daniel Serrano / Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México

(12 noviembre, 2014 a las 4:01 pm)
 

Buenas tardes, desde México. Soy Daniel Serrano Contreras. Para mi la temática es muy importante ya que las transformaciones espaciales también representan un movimiento de percepción sobre el espacio habitado y el espacio circulado en los pueblo originarios y también en las poblaciones que debido al crecimiento urbano y la intervención para realizar obras como avenidas, etc., cambian la forma de percibir el entorno.
En estos días que se da este foro virtual me parece muy importante. Estoy haciendo una tesis sobre memoria colectiva de un espacio público que intervino el gobierno municipal Iztapalapa y lo que deseo saber es cuál es la persepción que tiene la población sobre esos cambios físicos así como la adecuaciones que han hecho para su vida diaria.
Voy a ponerme al corriente.
Muchas gracias.

Carla Indri / UNT-Argentina

(13 noviembre, 2014 a las 10:48 pm)
 

Hola a todxs! Comparto algunas reflexiones: El texto de Calveiro nos presenta un caso de resistencia capaz de enfrentar a un poder que se presenta como total y violento. La organización de un colectivo solidario, que se respalda mutuamente, habilita la posibilidad de restringir la violencia a la cual la comunidad está expuesta. Podemos hablar entonces de la existencia de un cuestionamiento colectivo sobre la manera de ejercer el poder. La comunidad vive y piensa colectivamente el proceso emancipatorio. El texto de la autora me conduce a pensar que la memoria posibilita conectar las experiencias del pasado con el presente para reformular dicho presente y proponer políticas alternativas. La resistencia reconfigura lo político evitando reproducir estructuras sociales que naturalicen la desigualdad y la violencia. Es en este sentido que la memoria revela el potencial creador y los alcances de la acción conjunta contribuyendo así a enfrentar el miedo.
A partir de la lectura de los textos de este foro sigo pensando acerca de las formas en las cuales la memoria contribuye a construir una ciudadanía más sólida, en qué medida la memoria nos revela que los derechos civiles son una problemática central en la actualidad.
Saludos a todxs!

Lucrecia Petit / UBA, Argentina

(14 noviembre, 2014 a las 11:29 am)
 

Hola Daniel y Carla, y a los que se vayan sumando al debate e intercambio!
Las lecturas me han despertado varias reflexiones, algunas son ideas que podré compartir ahora, y otras todavía las estoy tratando de hilar mejor.
Articulando la propuesta de una memoria virósica, con sus múltiples conexiones rizomáticas, a veces bajo formas subterráneas que en algún momento “salen” a la luz, podría pensarse a la memoria con la metáfora de “la fogata” – o el fogón-. Ese fuego, que ahora ilumina y arde, conecta sujetos y conecta sentidos, articulando pasados y presentes, y futuros. Por medio de esa fogata se resiste y se recupera los modos de antes, las otras experiencias. Esto podría ser un “reavivar” – como el fuego, que cuando soplan nuevos aires se reaviva, una y otra vez-.Pero sigo pensando, en lo que ahora es “memoria viva”, para tratar de ver dónde estaba antes de “reavivarse”, o qué hacía mientras tanto. Quizás no sea pertinente preguntarse por el lugar de esa memoria ni situarla solamente en los eventos emblemáticos en la que se hace más visible -para nosotros. Entonces, podría pensarse que ciertas memorias puestas en práctica, memorias actuantes, no siempre están en el espacio público , no siempre están visibles. Pero puede que en las prácticas cotidianas de memoria de las comunidades indígenas, estén siempre disponibles, sin que sea necesario impresionar con su fogata, pero sin dejar de perder su condición de reavivar sus llamas.

Marina Maria de Lira Rocha / Universidad de San Pablo, Brasil

(14 noviembre, 2014 a las 11:35 am)
 

Primeramente, me gustaría agradecerlos por la oportunidad de participar de un foro de discusión que nos trae textos que abren nuestra perspectiva sobre los temas y que nos hacen reflexionar sobre nuestras posiciones académicas y de practicas político-sociales.
En el caso del texto de la profesora Pilar Calveiro, aportando la experiencia mejicana, a mi me abrieron dos pensamientos particulares: 1) sobre como las practicas actuales de la violencia y las memorias de violencias pasadas están conjuntamente determinadas para producir un control social por parte del Estado y 2) sobre como el uso de la memoria embazando experiencias y practicas sociales puede generar resistencia, no solamente en el ámbito del pasado (o sea del “no olvidarse”), pero esencialmente en el presente y futuro (o sea, para que “no pase más” desde ya, tenemos que cambiar el modo de vida y sentido de las cosas).
Sobre esos puntos, y en conjunto a los comentarios producidos por las profesoras Claudia Briones y Claudia Feld, hay que aportar también que esas experiencias abordadas tienen un carácter especifico que es tratar de memorias de “quién perdió”. Y, en ese sentido, como bien puesto la idea de Michael Pollak para pensar sobre memorias subterránea que emergen, pero que siguen subterráneas para la mayor parte de la sociedad y para las políticas de Estado. O sea, la experiencia y memorias de determinados pueblos (o de la mayoría de la populación) siguen sin tener el espacio público donde poner esas experiencias y memorias de las violencias sufridas. Y los ejemplos especificos nos aportan resisténcias a eso.
Otra vez, agradezco la lectura.
Saludos,
Marina Rocha

Laura Mombello / CIS-IDES/ Unipe-Argentina

(19 noviembre, 2014 a las 8:42 am)
 

Hola a todxs, es interesante el debate que se está generando en torno a repensar desde las experiencias de los pueblos originarios la articulación entre memoria, acción política y lucha por los derechos. El caso de análisis permite también iluminar este doble juego con propone Lucrecia en el que la memoria habilita, más allá de sus diferentes intensidades, la conexión de los sujetos y de los sentidos que se le otorgan a las luchas por los derechos aún conculcados, tal como señala Carla.
Las particulares dinámicas que parecen atravesar las memorias, entre virósica y rizomática, ¿podrían comprenderse a partir de las dificultades de los grupos subalternos para instalar su voz (sobre las necesidades de su presente) en la agenda pública, pista sobre la que advierte Marina? Me quedo pensando sobre la cuestión de los cambios en las dinámicas ¿tiene que ver solo con los “tempos”? o en todo caso, la configuración de los vínculos intracomunitarios y subjetivos ¿podrían influir (y en ese caso, cómo) en las variaciones de las intensidades de la memoria que se narran? Los invito a seguir intercambiando ideas y enriqueciendo el debate.

Lucrecia Petit / UBA, Argentina

(19 noviembre, 2014 a las 5:12 pm)
 

Hola nuevamente! Me quedo pensando en lo que Marina propone sobre la (poca) emergencia de las memorias de pueblos originarios, y retomando algo que aparece en el comentario de Claudia Feld sobre las especificidad de la memoria indígena (en comparación a memorias de terrorismo de estado, por ejemplo), ¿será que no siempre sea bueno que las memorias indígenas tomen estado público? Quizás las comunidades no busquen que sus memorias tomen necesariamente estado público, pero sí que puedan expresarlas en su ámbito comunitario… Lo abro al debate, porque seguramente tengamos distintos casos para responder a esto.

Pilar Calveiro / Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM)

(24 noviembre, 2014 a las 12:38 am)
 

Primero que nada, agradezco mucho los comentarios, muy útiles para repensar algunas cosas y empezar a pesar otras.
En primer lugar, debo aclarar que pienso la memoria desde la perspectiva de las ciencias políticas, por eso la remito principalmente a su relación con las relaciones de poder. Es en este sentido que hablo de memorias resistentes o contrahegemónicas, por una parte, y memorias del poder o la sumisión, por otra, es decir, trato de señalar la doble posibilidad de la memoria social de sostener un sistema hegemónico o resistir al mismo. Desde luego que estos campos se superponen en más de una ocasión y que también existen memorias que no juegan necesariamente en un sentido ni en otro.
Me interesa principalmente la memoria que irrumpe, discontinua. Creo que esta es justamente la que suele tener un mayor potencial resistente (siempre en términos políticos) y es la que ilumina simultáneamente el presente y el pasado del que se desprende. Considero que la “memoria viva” tiene esta característica y, por ello mismo, es una memoria que actualiza la experiencia, es decir, es una memoria que apuesta a las necesidades del presente.
El carácter “virósico” de la memoria tiene que ver con esto, y por eso prefiero esa analogía a la del rizoma, que propone Claudia Briones. El rizoma se replica a sí mismo en cada fragmento (tal como intenta hacerlo el poder), en cambio el virus, como imagen, me interesa más, no tanto por su capacidad de multiplicación sino, sobre todo, por su capacidad para “descomponer” y “alterar” el archivo, cosa que hace cada vez que se “actualiza”. Creo que esta es una de las características más interesantes de la memoria: es rebelde a la “fijación” del archivo y resiste modificándose y mutando, como los virus.
En este rubro de las imágenes o analogías, creo muy interesante la metáfora del fuego y la fogata (siempre distintos a sí mismos), que propone Lucrecia. También la chispa (muy usada en otros tiempos) y tal vez la del rescoldo. Acuerdo por completo con su idea de que “la memoria actuante no siempre está en el espacio público”. Creo que, como las resistencias, la memoria es preferentemente del orden de lo lateral, lo subterráneo, que imprevistamente irrumpe “en el momento de peligro”.
Me interesa lo comunitario justamente por ser un espacio cargado de ambigūedades y contradicciones, como la política y la vida misma. Creo que en su seno se desarrollan memorias vivas, que sirven para la acción del presente, lo cual no quiere decir que siempre ocurra así. Pero tanto allí, como en cualquier otro ámbito, considero que las memorias que he llamado “vivas” son aquellas que se articulan a la acción en el presente.
No pretendo decir que toda memoria de las comunidades indígenas sea resistente o “superadora”, como menciona Laura, sino que en muchas prácticas de los pueblos originarios se observa la recuperación de la memoria como estrategia de resistencia y, sobre todo, que de estas memorias se derivan respuestas políticas y jurídicas cuya utilidad puede trascender lo comunitario. Es decir, las experiencias de los pueblos originarios son útiles no sólo para sus comunidades sino que abren preguntas y ensayan repuestas que interesan e interpelan a los sistemas políticos de matriz occidental. Si bien es necesario pensar las experiencias de cada pueblo como únicas, también es necesario entenderlas como abiertas, es decir, con capacidad de diálogo e intercambio con otras. En este sentido, algunos conceptos como el de ciudadania (desde una matriz originariamente individualista) quedan en entredicho y reclaman su reformulación.
Me cuestiono, sobre todo a partir del comentario de Claudia Feld, qué tan válido es hablar de los “usos” de la memoria, como lo he hecho. Ciertamente, este término desliza una mirada utilitarista inapropiada. Creo que debo modificar esta terminología y las ideas que pueden acompañarla. Es más adecuado tal vez hablar y pensar entérminos de las “valencias” políticas de las memorias o de la vehiculización de las memorias para la acción, que es el eje de la actualización; es decir de las relaciones entre actualización y acto o acción porque lo que me interesa principalmente es la “memoria actuante”.
Tengo mis dudas sobre los recuerdos que se “atesoran”, sin más. Me parece que todo lo que se “atesora” personal o socialmente tiene sentidos fuertes en el presente, pero no estoy segura. Es una discusión sin duda interesante y sobre la que tengo que pensar más.
También creo que es muy importante tratar de dilucidar cómo se entretejen las memorias largas o incluso míticas, como dice Claudia, con las cortas. Creo que el análisis de lo que se toma de los distintos tiempos puede darnos claves para descifrar significados profundos de la lectura del presente.
De nuevo, gracias a todos y seguimos el intercambio, si así lo desean.

Fabiana Nahuelquir / IIDCyPC-CRUB-Comahue, Argentina

(6 diciembre, 2014 a las 3:04 am)
 

Las memorias de la violencia estatal y el potencial político de la memoria
Fabiana Nahuelquir (IIDCyPC- CRUB-Comahue)

Buenas a todos. Gracias por la oportunidad de intercambiar ideas. Envío algunos comentarios.

Como tendenciosamente se provocan situaciones donde se pretende regular la conducta y el destino de las personas partir de administrar violencia al que refiere Pilar, me evocan los procesos históricos por los cuales el estado nación sometió a los Pueblos Originarios en Argentina. Desde ese proceso histórico, tiendo a pensar que el estado de excepción (Agamben, 1992) forma parte de la norma, una rutina, parte del repertorio de los estados nación modernos operando a partir de diferentes dispositivos por sobre dichos Pueblos. Sistemáticamente, la violencia forma parte de los pliegues del estado ante determinados grupos, contextos y situaciones en el marco histórico de sus relaciones con los indígenas.

La imposibilidad de hacer sentidos a determinadas experiencias, en el momento en que acaecen, para algunos autores tiene que ver justamente con la imposibilidad de articularla en ese preciso momento desde los marcos de referencias provistos. Es sugerente el paralelismo que observo entre esas reflexiones de Pilar y las que me encuentro cuando lo desalojos, las expropiaciones u otros atropellos se tematizan por parte de las familias indígenas radicadas en Colonia San Martín, en la Provincia del Chubut, en Argentina con quienes he venido dialogando desde el año 2008. No obstante, y siguiendo a Benjamin, esa imposibilidad inmediata de apropiarse se ciertas experiencias no implica asumir que dicha apropiación no suceda con el tiempo. En efecto, para Benjamin un evento nunca se nos muestra, o devela, en “todas sus implicancias”, de forma completa, por así decirlo, al principio. Dice McCole (1993), refiriéndose al trabajo de Benjamin, que sólo advertimos las implicancias en él contenidas retrospectivamente. En consecuencia, la asimilación e interpolación constante a partir de la cual opera la memoria es la que hace posible que la relación dialéctica pasado presente nunca cese, solo se detenga momentáneamente en determinadas articulaciones que, como menciona Pilar, suelen tener un potencial político para quienes recuerdan. Que estos momentos de detención se produzcan en contextos de cambio y, en consecuencia, se enmarquen en momentos de crisis, desalojos y atropellos forma parte también de lo que he podido identificar en mi trabajo de campo.

Así como desde el trabajo con las memorias colectivas se puede identificar la sutura por donde se tejieron los discursos de la historia oficial, en esa dirección, determinados tipos de experiencias pueden ser también estructuradas, obliteradas por parte de las formaciones hegemónicas que banalizan o instrumentalizan el pasado indígena. Sin embargo, estas experiencias pueden aparecer como los puntos de fuga, ser el resultado de trayectorias colectivas determinadas y quedar plegadas (Deleuze, 1990) en la subjetividad de las personas. Siguiendo el planteo de Benjamin, ellas pueden aparecer como parte de la memoria involuntaria, de lo aún no narrado, ni articulado hasta determinados momentos con el presente colectivo. La circunstancias en las que se re-articulan, se valoran y jerarquizan forma parte de los aportes del trabajo de Pilar. Cuando en un grupo dado esto se produce –siguiendo a Benjamin– se completa el cuadro de las memorias voluntarias e involuntarias y la tradición es restituida. Es el momento en que la tradición, la memoria de esa tradición, se vuelve completa y adquiere un potencial político porque develaría la historia de los procesos hegemónicos que buscaron desproveerlas de poder, verdad y legitimidad.
Bibliografía citada:
Agamben, Giorgio. 1992. Homo Sacer, Editora Nacional, Madrid.
Deluze, G. 1990; ¿Qué es un dispositivo?. En: AAVV Michel Foucault Filósfo. Editorial Gedisa. España
McCole, John. 1993. Walter Benjamin and the Antinomies of Tradition. Ithaca and London: Cornell University Press.

Alberto Del Castillo Troncoso / Instituto Mora, México

(6 diciembre, 2014 a las 9:50 am)
 

El texto de Pilar Calveiro ( a quien escuché hace solo un par de meses en Zamora, Michoacan, en una ponencia brillante y cuestionadora, como ésta ) me pareció muy sugerente y nos pone en el horizonte de la memoria de larga duración, con elementos que se remontan a la experiencia de la revolución mexicana, aquel terremoto que transformó de manera notable a México en las primeras décadas del siglo XX y devolvió la confianza a muchas comunidades indígenas que habían sido agredidas sistemáticamente por las políticas liberales del siglo XIX que priorizaron la instalación de la propiedad privada y desmembraron la estructura colectiva que sustentaba sus costumbres en muchos casos.
Y no solo el ejercicio de la memoria, sino la implantación del miedo, lo que me recordó aquel trabajo ya viejo , pero exquisito, de Jean Delumeau y el surgimiento del miedo en Occidente. Como si la instalación del miedo también se incrustará en personas y comunidades a partir de experiencias históricas que a veces afloran en una coyuntura precisa, pero que tienen tras de sí también procesos de décadas y a veces de cientos de años ( pienso en la inquisición y su impronta de 7 siglos en Europa y luego en América ).
Tengo el terrible privilegio de leer este trabajo de Calveiro después de la masacre de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, que ha marcado un antes y después en México y que también marca un horizonte muy preciso para leer algunos de los planteamientos del texto. Nunca como después de Ayotzinapa ha resultado tan transparente la complicidad de los grupos armados del narcotráfico con las policías y las autoridades del Estado mexicano. En este sentido, la opacidad de las redes de poder a nivel local, que muestran sus vínculos entre las instituciones y propiamente las redes ilegales de las que nos habla y documenta Pilar para el caso del municipio michoacano de Cherán se muestran en toda su atrocidad para el caso guerrerense.
En Cheran también esta presente la tradición densa de una identidad comunitaria. Por eso me parece muy afortunada la fotografía de Pedro Valtierra que los organizadores del foro eligieron para ubicar esta discusión. Es una foto de Valtierra de las mujeres de Yalchiptic, en Altamirano , Chiapas y esta tomada un 2 de enero de 1998, a escasos 10 dias de otra terrible matanza contra indígenas, en el pueblo de Acteal. Son mujeres indígenas que han asumido un papel activo y de resistencia contra el ejército y las bandas paramilitares que operaban en complicidad con el Estado mexicano en Chiapas, cerca de la frontera con Guatemala. Son imágenes que van construyendo una iconografía alterna a la del imaginario oficial indigenista de los últimos 150 años. Tuve la oportunidad de analizar otra fotografía de Valtierra, la de las mujeres de X´oyep, tomada al día siguiente, el 3 de enero del 98, la cual se convirtió en uno de los iconos del zapatismo y le dio la vuelta al mundo. En el origen de esta foto esta la defensa de una comunidad por un ojo de agua, ejerciendo una resistencia similar a la que analiza Pilar para el caso de Cheran en Michoacan. Ambos lugares, X´oyep y Cherán funcionaron como sitios de refugio para otros grupos que venían huyendo de la guerra y de la represión.
En el México actual, post-Ayotzinapa se discute públicamente cuales pueden ser las salidas a la barbarie del Narco-estado, o sea: “como le hacemos”. El saldo logrado en Cherán no es menor y se ha convertido en un punto de referencia a nivel nacional: la baja de la tasa de homicidios, los logros en la educación, el control de la violencia, entre otros. Para ello ha tenido que deslindarse de los partidos políticos existentes e impulsar otro tipo de ejercicios colectivos que descansan en sus tradiciones y que no son exportables de manera mecánica a otros ámbitos del país, con características harto distintas.
Pese a ello, nos obligan, como plantea Calveiro, a intentar una redefinición radical de la democracia y a cuestionar los usos y costumbres del Estado nacional que ha gobernado al país con niveles altísimos de corrupción e impunidad en las últimas décadas.
Me gusta esta posibilidad que se desprende del texto de Pilar, a la cual solo le pediría que en avances posteriores se anime a tejer y a desmenuzar de manera más fina toda la complejidad de los testimonios orales que ha rescatado y su vínculo con la complejidad de la construcción de la memoria. Esto nos daría pautas más precisas en torno al vínculo de la memoria y su papel en el ejercicio político de estas comunidades.
Y por supuesto que se anime a trabajar con fotos !
Por su doble carácter indicial y simbólico, las imágenes fotográficas son un punto de partida que puede ayudarnos mucho en esta reflexión sobre la memoria y sus distintas densidades. Pensemos solamente en la reflexión en torno a las fogatas y su peso en la narrativa que nos propone la autora, a quien yo le agradezco que nos ayude a entender con esta lucidez este tipo de problemas tan relevantes en la América Latina y de manera particular en el México contemporáneo.

Loreto López González / Universidad de Chile

(10 diciembre, 2014 a las 7:12 pm)
 

Hola todxs, el texto de Pilar Calveiro, me parece que introduce, como dice C. Feld, un aspecto no muy estudiado en el contexto de los estudios de las memorias de pasados recientes caracterizados por la violencia, la represión y el miedo, cual es la memoria como acción en el presente, más que como una visión sobre el pasado. En este sentido es interesante la idea de una “irrupción”, en tanto no es una elaboración sostenida, continua y reflexiva sobre el pasado, sino una actuación posibilitada por un acervo cultural que se ha sostenido en la memoria, pero no una memoria de cómo fueron los hechos sino de cómo actuar.
Atendiendo a algunas de las preguntas que plantea C. Feld, diría que en el caso de las memorias vinculadas al pasado dictatorial en Chile, las memorias de la resistencia no han gozado de la audibilidad (como diría Pollak) con la que si han contado otras experiencias. Estratégicamente las memorias trágicas que han devenido en dominantes, han omitido, ¿marginado?, la resistencia como una posibilidad en el pasado lo que ha hecho ver a la dictadura como un poder omnipotente e incontestable. En Chile el debate sobre las formas de resistencia, lucha, contestación y desobediencia civil a la dictadura es muy limitado, aunque no inexistente, y sin duda las movilizaciones sociales de los últimos años están demandando memorias que recuperen ese tipo de experiencias. Lo más probable es que en una sociedad que ha comenzado a movilizarse, se observe una articulación práctica de la memoria como la señalada por Calveiro, antes que una reflexividad narrativa sobre la resistencia y la contestación al orden (por eso cuando digo “limitado” en realidad pienso que hay que mirar más las prácticas justamente). Es lo que de alguna manera en el espacio de investigación que compartimos en el Programa de Psicología Social de la Memoria en la Universidad de Chile, estamos explorando.
También agregaría que en el contexto actual chileno, donde las movilizaciones sociales, la protesta callejera y las distintas formas de manifestar la crítica en el espacio público se articulan transversalmente, el “evento narrativo” como indica C. Briones, en el cual es posible reactualizar la memoria –tanto del miedo como del valor- se produce de maneras muy diversas, haciendo uso de redes sociales, recursos multimediales disponibles, intercambios cara a cara en los mismos eventos, etc.
Sobre la memoria del miedo, me arriesgaría a decir que para el caso de la dictadura chilena sabemos poco cómo se vivió, varios estudios se dedican a describir cómo fue usado el miedo por parte del régimen y de ahí generalizan, pero no tanto cómo fue apropiado o traducido el miedo por parte de los destinatarios (no sólo víctimas de violaciones a los derechos humanos), y luego cómo fue y es resistido. Norbert Lechner señaló que el autoritarismo reelabora los miedos en distintos momentos, no sólo en la dictadura, y hacia distintos “públicos”, no sólo los opositores. Estas distinciones a menudo no aparecen, y se asume que la memoria y la experiencia del miedo es homogénea. Por eso la descripción que ofrece Pilar, es interesante porque es situada y lleva a preguntarse cómo se vive (o vivió) el miedo en otros contextos, distintos al descrito en el texto.
Muchas gracias por haber organizado estos foros, y espero nos encontremos presencialmente.

Carlos Masotta / CONICET-UBA-FLACSO-Argentina

(11 diciembre, 2014 a las 11:32 am)
 

Excelente iniciativa y muy estimulante el debate. Sumo unos comentarios.
La relación entre “memoria” y “pueblos originarios” desplegada en el texto de Pilar Calveiro, en los comentarios y participaciones, me remitió a lo que llamaré la “memoria en la lucha social”. Ni automática, ni disruptiva, ni ancestral, ni emergente, se encontraría más cercana a las tácticas de los procesos de reclamo de los movimientos sociales de la sociedad civil. Para América Latina el caso es singular, pues aquí “memoria” y “pueblos originarios” son términos que no suenan igual que otros sitios. Se impusieron con fuerza entre los años 90 y 2000 como respuesta de los principales movimientos sociales al auge de políticas neoliberales y de impunidad de la posdictadura. El primero como emblema en la denuncia de los crímenes del terrorismo de Estado (Argentina) y el segundo como una categoría empoderante o no estigmatizante en un marco de repudio y relecturas de la colonización (V Centenario) y de incorporación de las comunidades en los procesos políticos nacionales (Bolivia, Ecuador, México). En esos dos términos parecen dialogar la memoria y el origen: de alguna manera, la revisión de las violencias del pasado reciente por esos movimientos condujo también hacia la revisión de violencias anteriores e incluso fundacionales de las naciones.
Sin duda, aspectos de los pasados locales de las comunidades (marcados por formas culturales de transmisión, en lenguas y/o términos nativos, etc.) pueden vincularse con esos procesos, pero sospecho que allí no son determinantes. El movimiento sería inverso: de la lucha hacia la evaluación del uso de recursos culturales a discreción. Y aquí, tal vez sea conveniente diferenciar esto de la experiencia intersubjetiva de la memoria colectiva. Años atrás pude relevar un testimonio sobre la llamada “Matanza de Napalpí” llevada a cabo por fuerzas estatales sobre población indígena fundamentalmente mocoví y qom en 1924 en el norte argentino. El relato se transmitía de generación en generación desde entonces, casi como un mito local. Pero la voz de la comunidad solo trascendió definitivamente ese límite comunitario en el reclamo de justicia, en el contexto abierto en Argentina por el movimiento de derechos humanos y la profundización de los juicios contra los crímenes de la última dictadura. (el testimonio en video en: http://vimeo.com/39737944; un artículo en: http://corpusarchivos.revues.org/1019).
Por último y en este sentido, creo que las metáforas naturales, biológicas o botánicas pueden ilustrar, tal vez, otras dimensiones de la memoria colectiva pero no describen bien su relación con la lucha social. Esta relación, que remite a contextos acotados a la toma de un lugar en el espacio público, suele estar más lejos de las estructuras que de lo que se aprende en la experiencia misma de la práctica política.
Buen 2015
Aparición con vida de los 43 estudiantes Ayotzinapa!

Dolores San Julián / Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Argentina

(11 diciembre, 2014 a las 4:15 pm)
 

Hola a todos y todas, gracias por este espacio abierto al intercambio y a Pilar Calveiro por compartir su artículo. Son muchas las ideas, dudas y preguntas que me despertó su texto así como los comentarios de ambas Claudias, algunas ideas aún no he podido articularlas del todo, así que sólo comentaré aquello que se me ha hecho más claro hasta el momento y que me resulta estimulante para pensar nuestros propios objetos de estudio. Coincido con C. Feld en que el texto de Pilar, por el tipo de experiencias que analiza, aporta elementos que permiten repensar, incluso cuestionar, algunas cuestiones referidas al campo de estudios de las memorias sobre el pasado dictatorial. Sería provechoso en este sentido ampliar y profundizar los intercambios con los colegas que en Argentina y en otros países trabajan sobre y con las memorias indígenas.
Creo que en nuestro país y en este campo existe una marcada tendencia a colocar la mirada sobre aquellas formaciones de memoria más o menos cristalizadas y que son producto de una elaboración y reelaboración consciente y continua; que se exponen en el espacio público en el contexto de conmemoraciones, juicios, producción de marcas, creación de museos y sitios, publicación de obras testimoniales, etc. y que, en cambio, no se ha trabajado del mismo modo sobre memorias más discontinuas y menos conscientes, aquellas que, como señala Pilar, irrumpen y se manifiestan públicamente sólo en un momento determinado, conectando el pasado con el presente de un modo inesperado. Creo que deberíamos avanzar más en esta línea de explorar otras formaciones de memoria si no discontinuas si quizás menos sistemáticas, aunque no por ello menos contundentes o valiosas en términos políticos (incluso quizás más “actuantes” en el presente).
En relación a lo anterior, el acento puesto sobre las memorias cortas pierde de vista que para algunos actores las memorias de violencias recientes se inscriben en memorias de largo plazo. Pienso en los pueblos originarios y en cómo las memorias sobre las violencias recientes se conectan con memorias de violencias y resistencias de larga data (las memorias el miedo y del valor que señala Pilar), como sucesivas capas de memoria que se van superponiendo, que pueden dialogar o no entre sí. Me pregunto si acaso ello también sucede entre nuestros pueblos originarios y también en otros actores sociales. Pienso en el sitio que estoy estudiando, una iglesia ubicada en Buenos Aires, en la cual encuentro que la memoria sobre el terrorismo de Estado se superpone con otros eventos traumáticos sucedidos en otros tiempos pero también con una memoria religiosa milenaria y mítica.
Para finalizar, quisiera señalar algo que me hace ruido y es la idea de una memoria “viva”. No puedo dejar de pensar en la dicotomía entre culturas vivas y culturas muertas, que la antropología hace tiempo ha descartado, en tanto ya no se piensa la cultura como algo que se mantiene vivo o algo que se pierde y por tanto muere, sino en la cultura como proceso, sujeta a permanentes transformaciones y actualizaciones. Pienso a la memoria, en tanto práctica cultural, en los mismos términos y por ello creo que virósica y actuante es quizás un mejor adjetivo para pensar estas memorias rebeldes, disruptivas y discontinuas, que se resisten a la fijación. Creo, de todos modos, que en algún punto esa es la cualidad de la memoria en sí misma, como práctica social, como un objeto que, a la igual que la cultura, y parafraseando a Lacan, “no cesa de no inscribirse” (esta analogía con la conceptualización de lo real en Lacan la retomo de Juan Besse).
Saludos y gracias!
Dolores

CAROLA SAENZ PARDO / FAHCE/ UNLP-Argentina

(12 diciembre, 2014 a las 12:33 am)
 

A último momento me incorporo en el debate. Hago mía la intervención de Alberto del Castillo Troncoso, pues no puedo dejar de pensar el texto de Pilar en el contexto de la experiencia de la masacre de Ayotzinapa. No puedo creer aún la veracidad de la imagen del cuerpo mutilado del estudiante Julio Mondragón, y rescato entonces el comentario de Briones sobre la articulación de las experiencias en diversos tipos de memorias: ¿qué memoria construiremos a partir de la desaparición de los normalistas y el no explicitado terrorismo de Estado en México? Es posible que termine cristalizando una memoria del miedo, o una desmemoria del sinsentido. En cualquier caso, es el momento en que toda la diversidad de memorias mestizas irrumpan en el terreno público de las prácticas de desmemorias oficiales y se difumine, cual virus o rizoma (en mi caso, la metáfora del virus me impacta por su biologicismo y no puedo dejar de pensar en la analogía con el cuerpo enfermo, afectado por esta fuerza fronteriza entre la vida y la no-vida, pero que, a la vez, puede ser neutralizada por un antivirus. Prefiero, entonces, pensar en términos rizomáticos), por toda la denominada sociedad civil. Y reflexionando en torno a una de las tantas preguntas planteadas por Feld, esta vez, acerca de la pregunta por la utilidad de la memoria (último párrafo de su intervención), encuentro en la segunda parte del texto de Pilar, a partir del momento en que describe la conformación del municipio autónomo de Cherán K’eri, claves hermenéuticas para comprender la construcción de nuevas experiencias a partir de los procesos de memoria involuntaria. Es decir, no estamos en el terreno de la construcción pragmática de un determinado tipo de memoria, sino que la memoria irrumpe porque está latente en la experiencia de tercer tipo (Koselleck) que perdura en la memoria “filogenética” de la comunidad. En ese sentido, las prácticas de las poblaciones indígenas son únicas en cuanto a la convivencia de distintos planos de posibilidades, realidades, y memorias en juego, pues su trayectoria comunitaria está atravesada por su experiencia alternativa a la modernidad forzada por la colonización. Al desarrollismo colonialista que sigue marcándonos a fuego, ellos y ellas siguen oponiendo sus experiencias de convivencia con el entorno, el desarrollo de la democracia material y su apertura (lo extraigo del propio texto de Calveiro) a las problemáticas en torno a la igualdad de género y la autonomía individual. En este sentido, las ideas desarrolladas por Francesca Gargallo y Silvia Rivera Cusicanqui sobre feminismo comunitarista y modernidad indígena son otros nortes (sures) orientadores de nuevas prácticas de memoria viva, mestiza y actuante.

Pilar Calveiro / Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM)

(16 diciembre, 2014 a las 2:18 pm)
 

Muchas gracias por estos comentarios finales, muy interesantes. Trataré de ir por partes.
Con respecto a la memoria, creo que la articulación de memorias voluntarias e involuntarias “completa”, en algún sentido, una práctica de memoria, como propone Fabiana, pero no completa la memoria porque entiendo que algunos de sus rasgos principales son justamente la incompletud y la discontinuidad. En ese sentido es cierto, como dice Fabiana, que el evento no se devela completo cuando se vive, pero creo que esa completud tampoco se alcanza retrospectivamente. Siempre visibilizamos fragmentos diferentes sin alcanzar una totalidad. La pretensión de una memoria completa o total puede llegar a ser la traición de la memoria, que insisto en llamar viva pero no por oposición a otra “muerta”, sino para distinguirla de otras formas de memoria que llamaría “mecánicas”. Me refiero a aquellas memorias que recurren a la repetición de un relato siempre igual a sí mismo, no actualizado y, por lo mismo, mucho más difícil de articular a la acción del presente (aunque no imposible).También coincido con lo que señala Dolores sobre la superposición de distintas memorias. En este sentido, me gusta mucho la analogía que hace Silvana Rabinovich entre memoria y palimpsesto, que reúne distintas “capas” dejando ver fragmentos de cada una de ellas y formando imágenes de superposición, visibilidad e invisibilidad. Al respecto, Carlos señala que unas memorias pueden abrir el espacio para otras, o sea, al mirar unas (como las del terrorismo de Estado), ello puede dirigir nuestra mirada social hacia otras anteriores o más subterráneas (como las indígenas). Eso es ciertísimo, siempre que afinemos la vista porque si no, puede ocurrir exactamente lo contrario y que unas opaquen a las otras. En este sentido, creo que es políticamente importante asegurar la conexión entre las memorias y la ampliación de las mismas.
Sobre la memoria del los pueblos originarios, hay que decir que se trata de la memoria de una violencia fundacional, como señala también Carlos, que no dudaría en llamar genocidio (y debo señalar que soy bastante reticente a utilizar este término). Es, en vedad, de un genocidio sordo y presente, un genocidio que no ha dejado de ocurrir. Nuestras sociedades siguen manteniendo prácticas que llevan a su destrucción y desaparición lisa y llana como pueblos; por eso es un genocidio. El desplazamiento de sus territorios, la desposesión de sus recursos naturales y las condiciones de vida a las que se los somete no son simples injusticias, son prácticas que llevan a su aniquilamiento cultural y estrictamente físico, a la eliminación del grupo por su condición etnica, que conlleva patrones sociales y culturales específicos. Viven, como señala Fabiana, un verdadero Estado de excepción que no se generaliza a toda la población sino que se dirige específicamente a ellos y otros grupos, perfectamente distinguibles. Mientras nosotros gozamos de derechos casi innumerables (a la vida, a la salud, a la educación, a la diferencia sexual, al trabajo, a la libre circulación, etc., etc.) ellos están sujetos a su posible exterminio, ya que se interponen a las modalidades de acumulación del neoliberalismo actual. Y esto es inevitablemente así; sus territorios y los recursos que en ellos se encuentran son ambicionados por las actuales formas de acumulación pero la pérdida de los mismos implica la desaparición directa de las comunidades, sus culturas y su gente, sin más. El desplazamiento forzado es una forma de eliminación.
El caso de Cherán trata de mostrar esto, por la referencia al sentido de territorio para las comunidades indígenas y, como muy bien señala Alberto, Ayotzinapa “actualiza” en estos días la experiencia de Cherán de una manera especialmente clara. Es posible que Ayotzinapa marque un antes y un después en México. Todavía es muy pronto para saberlo pero es posible que así sea. La pregunta es por qué. Pienso que Ayotzinapa condensa casi todos los elementos más brutales de la violación de derechos en el mundo actual, no sólo en México. Comprende asesinato, tortura, secuestro y desaparición forzada contra ¡cuarenta y tres! varones jóvenes (incluso menores de edad) pobres, marginales, indígenas, estudiantes, politizados, con la colusión evidente de instancias estatales (policías, políticos) y redes mafiosas del narco (de las que participan políticos, empresarios y banqueros). Sólo faltó el componente feminicida y algún migrante para tener el cuadro completo. La cantidad de afectados, el tipo de afectados, las características de los perpetradores, sus procedimientos, la indiferencia del Estado y los políticos que sólo reaccionaron tarde y mal cuando se vieron obligados, la impunidad que intentaron garantizarse entre si, todo, es una condensación de las violencias del mundo neoliberal. Es también la muestra del rebasamiento de los partidos políticos de la que hablan los pueblos indígenas una y otra vez. Creo que hay que mirar eso, hay que prestarle atención. Hay que pensar en serio en las limitaciones de las actuales democracias y cómo reformularlas. No sólo con respecto al “remedo” de las democracias formales, como la mexicana, también a las otras, las alternativas, que han logrado muchas cosas pero resultan impotentes frente a otras decisivas, como el avance de la megamineria o las forestales… o las mafias, tal vez.
Debo decir que a pesar de las extraordinarias violencias que se verifican en el México actual no estoy de acuerdo en caracterizarlo como terrorismo de Estado. Pienso que se trata de otro modelo hegemónico que recurre al miedo como parte de su gubernamentalidad, sí; que utiliza formas del terror dirigidas a grupos sociales específicos y con cierto tipo de localización; que su violencia se caracteriza por articular redes legales con ilegales, estatales con privadas (mafiosas y de las otras) y cuyo Estado no es un aparato centralizado sino fragmentario y dependiente de fuerzas externas e internas. Es, por lo tanto, otro modelo hegemónico con otras formas de violencia, no menores pero diferentes.
Agradezco los comentarios sobre la imagen que se utilizó para este foro, por parte de Alberto. Yo no había prestado atención suficiente a la misma, lo que revela un descuido de mi parte con respecto al lenguaje visual. También tomo la sugerencia de trabajar más al respecto. La verdad es que sólo lo hice en relación con las fotos de Abu Ghraib en el libro Violencias de Estado pero no seguí trabajando en este sentido, siendo un campo muy rico para el análisis.
Por último, gracias a todos los que participaron y, claro, a las organizadoras.

Laura Mombello / CIS-IDES/ Unipe-Argentina

(17 diciembre, 2014 a las 5:13 pm)
 

La participación y aportes de todos nos permitieron reflexionar, a partir de las experiencias de los pueblos originarios en relación con los Estados de referencia, sobre las implicancias políticas del trabajo de la memoria. La actualidad y la necesaria urgencia con la que deben ser atendidos los planteos propuestos por Pilar quedaron atrozmente expuestos a partir de los acontecimientos de Ayotzinapa (la desaparición y asesinato de los estudiantes, desde ya, pero también las luchas por el reclamo de justicia y las demandas por derechos que los estudiantes sostenían). Sin duda, las reflexiones compartidas en este foro resultan más que oportunas y nos invitan a profundizar los análisis y los diálogos.
Agradecemos a todos los que intervinieron y muy especialmente a Pilar por el texto inicial y su comprometida participación en el foro, y a Claudia Briones y Claudia Feld por sus agudas reflexiones. Esperando volvernos a encontrar el año próximo en las actividades del Núcleo de Estudios sobre Memoria y de la RIEMS les enviamos un afectuoso saludo.

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